Danubio (Agustina Pérez Rial, 2021)}

“Si hay una revolución posible, no se hace con un carnet. No se hace con pintadas. No se hace tirando volantes desde una terraza.”

Septimo Proyector
7 min readJan 22, 2024

Por Micaela Mendez

En el panorama del cine argentino contemporáneo, Danubio de Agustina Pérez Rial, se destaca como una obra única que fusiona la poesía visual con una profunda reflexión política. Sumergiéndonos en un relato donde la realidad se entrelaza con la imaginación, llevándonos a través de un viaje sensorial que trasciende los límites convencionales del cine político. No temiendo enfrentarse a temas incómodos, desafiando al espectador a reflexionar sobre la realidad política de Argentina de una manera poética y sugestiva.

El cruce entre El Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y el gobierno dictatorial de Onganía se encuentra en el centro de este fascinante documental, configurado como una narrativa de espionaje, en donde relata de manera extraordinaria la intervención de los servicios de inteligencia estatales sobre las delegaciones de la ex Unión Soviética que participaron como invitadas en la edición de 1968 de dicho festival, el único de clase A en Latinoamérica. En su esencia, la película se sumerge en el entramado de la dictadura de Juan Carlos Onganía, quien, bajo la fachada de organizar el Festival de Cine de Mar del Plata para proyectar una imagen de apertura al mundo, oculta la persistente represión y censura en el país.

La ópera prima de la directora marplatense, Agustina Pérez Rial, se forma como una obra poética y política, tejida con meticulosidad a partir del montaje de diversos materiales de archivo en distintos formatos, hilvanados con la voz de una inmigrante rusa que llegó al país

Junto a sus padres durante el gobierno de Perón. Los elementos del policial negro y de las películas de espionaje se entrelazan para dar forma a un relato que va más allá de lo convencional. Espías que escudriñan las habitaciones de hoteles y una sociedad cultural comunista secreta, emerge como la resistencia. La combinación rítmica y la atmósfera sonora ante un material de archivo tan mudo, o silenciado, es inexplicable; el montaje no tiene límites éticos ni estéticos, tal vez solo políticos. Legajos desclasificados, fotografías, material televisivo y fílmico de diferentes orígenes y formatos buscan, en palabras de la directora, explorar los rincones ocultos de una ciudad, un territorio que oscila entre los extremos del verano y el invierno, lo lleno y lo vacío, lo aristocrático perdido y lo popular degradado, lo real y los fantasmas que lo habitan.

En torno a la memoria, se construye su narrativa a partir de una serie de eventos donde lo cultural y lo político se entrelazan de manera indisoluble, afirmando que todo cine es político, y, por ende, todo festival cinematográfico también lo es. Con un meticuloso trabajo de investigación que da vida a los informes de inteligencia de la época, la película recrea la historia de una resistencia clandestina. Una sociedad cultural de comunistas eslavos se gesta para infiltrarse en el Festival, estableciendo un contacto sigiloso con las delegaciones de países socialistas. En contraste con la frialdad burocrática de los informes, dando voz a esos inmigrantes silenciados, recordándonos que la historia del cine y del Festival no puede comprenderse sin la preservación de la memoria de aquellos que fueron perseguidos.

Danubio se presenta como un espejo. En sus reflejos se entrelazan pasado y presente, lo privado y lo público, lo personal y lo político. Invita a una introspección profunda, donde las capas de la memoria y la verdad se despliegan con poesía y misterio, iluminando las complejidades de una ciudad y su festival, ambos imbuidos de historias ocultas y sombras que reclaman ser reveladas. La indagación sobre el potencial de una imagen, sobre la verdad que emana y las historias en las que puede insertarse un archivo. La película se convierte en un punto de encuentro de una época y ciertas preguntas que persisten en el presente, como ha expresado su autora, la conexión entre el cine y la política, la astucia y las paranoias que cada estructura de poder construye para sostener una era, aún en nuestros días.

El cine es un medio poderoso para preservar la esencia de una nación y transmitir su riqueza cultural de generación en generación. Tomando las palabras de Pérez Rial, a mi también me gusta pensar que en el año 68, mientras estaban vigilando a checos y polacos, a quienes no les entendían ni lo que decían, se estaba filmando “La Hora de los Hornos” (1968) de Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino. La idea, y la realidad, de un cine comprometido en una revolución real, en medio de la vigilancia de aquellos a los que no comprenden y mientras se desplegaba el telón de la paranoia, hacía surgir una cinematografía que encarnaba la verdadera transformación, revelando un espacio donde el cine se transforma en una herramienta, desafiando las expectativas y creando un impacto que resuena más allá de las fronteras de la pantalla.

Así mismo, como lo hace Agustina, también decido releer y abordar el legado que nos dejaron Pino y Octavio. Gestores de una de las piezas más importantes del cine político argentino, “La Hora de los Hornos”.

“Es falsa la historia que nos enseñaron”, susurra cada fotograma de su obra, la cual desafiaba a un público no como meros espectadores, sino como semillas de un cambio que anidaba en las sombras. La clandestinidad convertida en el útero fértil donde el cine tomaba forma de refugio, en donde la creatividad se desbordaba en cada toma y la resistencia se convertía en un acto de valentía. Su proyección era un asunto comprometedor, una llama que ardía en la oscuridad y convocaba a los espectadores a enfrentar el riesgo de verla. Nacida entre las sombras, recordándonos que incluso en la oscuridad, la verdad puede emerger, iluminando el camino hacia la liberación. La obra desplegaba imágenes prohibidas como un acto de desafío. La pantalla se transformaba en un santuario temporal donde la verdad, incómoda para el poder establecido, se revelaba sólo a aquellos dispuestos a desafiar las cadenas de la censura. “Pero el mar no era de plata, sino marrón”. Y como dijo Pino, es muy fácil, en la actualidad, contar y hablar sobre dicha película, pero había que cargar con la enorme mochila de hacerla. Proteger la memoria de nuestro patrimonio audiovisual, lo que quedó del mismo, es nuestro compromiso con la memoria. Así, en el silencio de lo no dicho, “Danubio”, como “La Hora de los Hornos”, propone una reflexión sobre el poder del cine para desafiar las narrativas establecidas y cuestionar las estructuras de control. Un llamado a explorar las posibilidades de la cinematografía como agente de cambio y resistencia en un momento crucial donde la batalla por las mentes y los cuerpos se libraba en la pantalla y en las calles.

Nuestro cine, de la rama a la que pertenezca, se convierte en un testimonio de coraje, en un documento visual forjado en la fragua de la lucha. Directores como Fernando Solanas, Octavio Getino y Agustina Pérez Rial son ejemplos de lo que significa hacer cine comprometido en Argentina, son parte de la herencia cinematográfica que nos guía hacia lo que debemos crear, recordándonos que la verdadera transformación a menudo requiere cargar con la mochila de la valentía y la resistencia. Y dicho eso, son sólo son una pequeña porción del emblema que nos dejan a quienes hacemos y construimos cine, no solo desde la técnica, sino también desde la observación, el cuidado, la preservación y la defensa. Nuestro cine, emerge como una memoria tejida en celuloide, en donde en cada fotograma late el pulso de una nación. Defender lo nuestro es abrazar la belleza en la tristeza, es escuchar el murmullo de las calles, la risa nostálgica y el llanto callado. En este arte, en el séptimo arte, encontramos la resistencia de un pueblo que se niega a dejarse arrebatar sus propias narrativas, un acto de amor por la identidad, cuya belleza persiste en cada fotograma que se proyecta en la pantalla. Proteger la tierra misma, es celebrar las raíces en donde encontramos una luz que desafía la penumbra, que se instaura como un testamento vivo de nuestra capacidad para sanar, como lo hemos hecho tantas veces, a la tierra que nos vio nacer. Vivir como propio lo que por naturaleza es ajeno, y cuando la realidad se vuelve crucial o esencial en nuestras vidas, la ficción se convierte en una herramienta valiosa.

Séptimo Proyector es una revista hecha exclusivamente por admiración a la cultura audiovisual en todas sus dimensiones, formas, estilos y temáticas.

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